Este precepto, que junto a otros conforma el concepto de Revolución expresado por Fidel, encuentra su fundamento en la concepción martiana de que «fuera de la verdad no hay salvación»; y de que «Manda el que dice a tiempo la verdad. La verdad bien dicha, dicha a tiempo, disipa, como si fuesen humo, a sus enemigos».
En el concepto Fidel se repite a sí mismo y se reproduce. Como nunca aspiró a nada para sí, en su conducta y en su accionar revolucionario, la verdad fue su inseparable compañera. Ajeno a la mentira, depositó en aquella la máxima expresión del respeto al pueblo; sin esperanzas personales de gloria o poder sirvió al deber, a la Patria.
A su llegada a La Habana, el 8 de enero de 1959, en Ciudad Libertad, dejó plasmado lo que para él significaba la verdad: «Engañar al pueblo, despertarle engañosas ilusiones, siempre traería las peores consecuencias, y estimo que al pueblo hay que alertarlo contra el exceso de optimismo.
«¿Cómo ganó la guerra el Ejército Rebelde? Diciendo la verdad. ¿Cómo perdió la guerra la tiranía? Engañando a los soldados».
En igual sentido se expresa en el discurso pronunciado en la Avenida Garzón, Santiago de Cuba, el 30 de noviembre de 1959, sobre algo que fue recurrente en su accionar. «Ustedes saben que yo siempre les he dicho la verdad. Ustedes saben que yo siempre le diré la verdad al pueblo. Ustedes saben que yo siempre he hablado claro. […] Ustedes saben que siempre cumplí mi palabra. Ustedes saben que siempre he sido leal con el pueblo. Ustedes saben que nunca he andado con hipocresías ni nunca he andado con mentiras, y siempre me he esforzado por explicarle al pueblo y enseñarle al pueblo lo poco que dentro de mis posibilidades esté enseñarle, para quitarle la venda y abrirle al pueblo los ojos a las realidades de su patria.
«[…] Más de una vez he tenido que emitir opiniones que quizás no coincidan con las personas que me están oyendo. He convertido en una ley de mi conducta con el pueblo decirle siempre la verdad, ser franco, ser sincero, ser honesto, no hablarle por conquistar simpatías».
Con la verdad conquistó millones de voluntades, con ella hizo temblar de miedo a sus adversarios. Como amó a su pueblo, con la verdad lo defendió frente a todas las adversidades y amenazas.
No temió ni en las más difíciles situaciones exponer sus verdades. Desmintió cuanta mentira armó el enemigo para ocultar sus intereses y objetivos. Denunció a los gobiernos corruptos; con la verdad se impuso frente al tribunal que lo juzgó por el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes y con ella a través de Radio Rebelde informaba al pueblo sobre el desarrollo de los enfrentamientos armados al ejército de la tiranía, y se ganó la credibilidad popular y hasta de sus propios adversarios. Con ella siempre informó al pueblo de cada hecho, acontecimiento o decisión, por triste, dura o difícil que resultara.
No concibió la mentira como instrumento de dominación, no fue rasgo de su personalidad ni estilo en su accionar político; nunca la aceptó y la fustigó con fuerza. Por eso en la Revolución de los humildes, con los humildes y para los humildes, organizada y dirigida por él, no se concibe ni mentir ni violar los principios éticos que la sustentan y que le han dado existencia y credibilidad; al hacerlo se pierde su más fuerte fundamento moral, el arma más temida por el imperio y sus seguidores.
En sus años al frente de la dirección del proceso revolucionario cubano nos fue dejando su concepción filosófica sobre la significación de la verdad, la importancia de no mentir y de no violar principios éticos. Basta leer sus discursos, sus intervenciones en los más diversos escenarios, sus entrevistas y las opiniones y criterios de sus más cercanos colaboradores y de aquellos que le conocieron para tener una idea del valor que le dio a estos preceptos.
Llama poderosamente la atención que en el propio año de 1959, en medio de las complejidades de la dirección del proceso revolucionario, matizado por una violenta lucha de clases, las contradicciones que engendraba el nuevo poder y sus cambios radicales, la fragmentación de la sociedad y la lucha incesante del imperio por aniquilar la naciente Revolución, Fidel expusiera su posición respecto a la necesidad de plantear, con absoluta valentía y firmeza, la verdad revolucionaria como medio eficaz contra la mentira.
Cuando se orquestó y puso en marcha la primera gran campaña de mentiras, calumnias y difamación contra el país organizada desde los Estados Unidos, a raíz de la decisión legítima de juzgar a los más notorios y sanguinarios oficiales del ejército de la dictadura de Batista que habían asesinados a cientos de cubanos, Cuba respondió con la Operación Verdad. Entre otros aspectos, esta incluía invitaciones a periodistas de Estados Unidos y América Latina para que viesen, con sus propios ojos, lo que acontecía en aquellas primeras semanas tras el triunfo revolucionario; la denuncia pública de Fidel ante el millón de cubanos concentrados frente al antiguo Palacio Presidencial y periodistas invitados y su posterior encuentro por varias horas con 380 de ellos, provenientes del continente, ocasión en que el máximo líder les dijo que con su presencia buscábamos evitar la propagación de las calumnias. Los invitó a hablar con el pueblo, a ver la realidad de Cuba, a conocer la verdad.
Acudir a los medios de información masiva fue siempre su estilo para denunciar, aclarar, desmentir, informar, persuadir y movilizar a las masas.
En los discursos del primer año, Fidel enseñó que el mejor modo de imponer la verdad era divulgar la propia obra de la Revolución, que fuera vista tanto por amigos como por enemigos para que aflorara lo que está pasando en Cuba, para que se conozca la verdad, «porque nosotros nos sometemos al juicio de la opinión pública, no tenemos nada que ocultar; que vengan para que vean, que vengan para que la mentira no prospere. […] Que todo el mundo pueda venir a ver la verdad de lo que pasa en Cuba, y de lo que estamos haciendo en Cuba».
En su concepción, la verdad hay que decirla para dentro y para fuera, hay que expresarla sin temor aunque nos cueste enemigos y no solamente frente a los amigos, a los adversarios también había que decírsela y hasta en su propio territorio.
En tal sentido, en el discurso pronunciado, en el Parque Central de New York, Estados Unidos, el 24 de abril de 1959, expresó: «No vine aquí a mentir, no vine aquí a ocultar nada, porque nuestra Revolución no tiene nada que ocultar […] vine simplemente a hacer lo que hemos hecho en nuestra patria, hablarle al pueblo, decirle la verdad, exponer nuestro pensamiento».
Otra de las enseñanzas que nos deja Fidel es que con la mentira no se conquista la participación de los pueblos en los procesos políticos. Reflexionando, en particular, sobre el efecto de la mentira en el ejército de la tiranía expresó que con «mentiras llevaron a los institutos armados al suicidio, con esas mentiras los llevaron a la lealtad hasta la última hora, y entonces sí se cumplió la verdad de que, derrotados en el campo de batalla, tenían que resignarse a ser disueltos como institutos en el seno de la nación.
«Se decía que las revoluciones podían hacerse con el ejército o sin el ejército, pero nunca contra el ejército, y unas cuantas mentiras convencionales rodaron por tierra, porque quedó demostrado que sí se podía hacer una revolución no inspirada en el hambre, y que sí se podía hacer una revolución sin el ejército y contra el ejército».
De gran valor es la máxima de que jamás, por ninguna razón, prostituiremos nuestra conciencia con la mentira o con la hipocresía, pues esta no es una Revolución de fuerza, sino de razón y de corazón; esta es una Revolución de opinión pública y no de opinión pública prefabricada o fabricada a base de mentiras, sino una opinión pública hecha a base de verdad, no a base de hipocresía o de demagogia, sino a base de sinceridad. El dirigente tiene una responsabilidad muy grande para con el pueblo y con el deber de decirle siempre la verdad.
En Fidel el concepto de no mentir jamás adquiere su máxima expresión cuando de modo enfático afirma: «Nosotros, si sucumbimos, será con la verdad, y nadie podrá decirnos que sucumbimos con la demagogia ni con la hipocresía, sino con la verdad».